lunes, 17 de junio de 2013

El rincón de la santidad (I): martirio de D. José Máximo Moro Briz

D. José Máximo Moro Briz
José Máximo Moro Briz nació en Santibáñez de Béjar, Salamanca, en 1882. Sus padres, don Jorge y doña Fernanda, formaban un hogar profundamente cristiano donde maduró también la vocación sacerdotal de su hermano Santos, luego obispo de Ávila, y de su hermana Modesta, hija de la Caridad, martirizada en octubre de 1936.

En 1896, José Máximo ingresó en el Seminario Diocesano de Ávila, donde alcanzó resultados académicos brillantes y fue ejemplo de santidad para todos sus compañeros. El 24 de septiembre de 1910, fue ordenado sacerdote por el obispo dominico fray Máximo Fernández y nombrado cura ecónomo de Santa Lucía y luego párroco de Tormellas, siempre en el arciprestazgo de El Barco de Ávila. Desde el primer momento, llamó la atención por su intensa vida de piedad y celo pastoral, así como por los desvelos para atender materialmente a sus feligreses. Todavía se recuerda en aquellos pueblos su intervención para que se instalase en las riberas del Tormes una pequeña central eléctrica que suministrase energía a una comarca singularmente desfavorecida.

En 1919, ejerció durante un tiempo como cura de Velayos, en la Moraña; pero pronto regresó a Tormellas y a Navalonguilla, muy cerca de allí. En 1924, fue nombrado arcipreste de El Barco hasta que, en 1926, fue trasladado a la villa de Cebreros, donde permanecerá hasta su muerte.

Iglesia parroquial de Cebreros
La vida pastoral en Cebreros no fue menos intensa. Antes de amanecer, don José Máximo abría personalmente la puerta de la iglesia, donde se recogía en oración durante horas. Atendía con una prudencia exquisita y sin ostentación a muchos enfermos, a los que pagaba en secreto las medicinas que no podían comprar en la farmacia. En la celebración de la Eucaristía, decían, “se abría el cielo ante sus ojos, como si pudiera hablar con Dios cara a cara.” Desde 1929, cuenta con la ayuda de un coadjutor, don Zacarías Cecilio Martín, que también alcanzó el martirio en octubre de 1936. Después de 1931, además de las dificultades de atender a una población numerosa, todo se complicó un poco más.

El 22 de julio de 1936, llegó a Cebreros un grupo numeroso de milicianos comunistas que venía de Madrid con intención de acabar inmediatamente con el párroco. Los feligreses lo impiden y, de momento, consiguen su libertad. Don José Máximo queda en el pueblo, sin intención de huir. Dos días después, un nuevo grupo de milicianos de la FAI, bien armados, regresan a la residencia del párroco, quien percibe que la hora ha llegado. Pide morir allí mismo, pero le obligan a salir de casa y a montar en una furgoneta, camino de El Tiemblo. Le custodian más de 20 personas. Algunos, impresionados por su testimonio, cuentan luego lo sucedido.

Junto a la cuneta, en un pequeño montículo, don José Máximo es sujetado por un combatiente. Antes de iniciarse la ejecución, inesperadamente, una bala perdida sale disparada de uno de los fusiles y hace blanco en el miliciano. La herida es mortal y el sacerdote lo percibe inmediatamente. Se produce un alboroto, una discusión acalorada entre los anarquistas. En este momento se descubre la grandeza de una vida ya antes entregada por su pueblo; don José Máximo da la altura de su talla sacerdotal, extraordinaria, sólo posible por la asistencia del Espíritu. El sacerdote le conforta y le imparte la absolución sacramental, su último acto ministerial: “Yo te absuelvo, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.” Luego, una ráfaga de disparos acaba con su vida. Serían las cuatro de la tarde de aquel ya lejano 24 de julio de 1936.

Don José Máximo murió consciente de lo que estaba sucediendo. Perdonó a sus perseguidores, sin palabras altisonantes, sin vanagloria. En Cebreros se supo pronto que su querido párroco había muerto como valiente soldado de Cristo, confesando una fe arraigada, consecuente: “Viva Cristo Rey”. Ese mismo día había dejado escrito: “Sed buenos, para que nos juntemos todos en el cielo.” Acababa de recibir la noticia de la muerte martirial de don Basilio, el párroco de Navalperal de Pinares. No podía esperar otro destino para los que permanecieran fieles en esta hora. Hoy sus restos descansan en la capilla de los mártires de la Catedral de Ávila y su memoria martirial, muchos años después, sigue muy viva entre los feligreses de Cebreros.

Don José será uno de los abulenses beatificados en la próxima ceremonia que se realizará en Tarragona en octubre de 2013.

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