domingo, 22 de febrero de 2015

Y la Iglesia de Ávila pidió perdón

El Obispo de Ávila, postrado ante la Cruz, pide perdón
por los pecados de la Iglesia diocesana
(más fótos en este ENLACE)

Procesión penitencial saliendo de San José
Para poder avanzar por el camino de la Nueva Evangelización, era necesario reconocer los fallos del pasado, mostrar nuestro arrepentimiento por ellos, para poder avanzar hacia el camino de la conversión. Con estas premisas, el Obispo de Ávila quiso celebrar un acto penitencial para pedir perdón a Dios por los pecados cometidos por los fieles de la Iglesia diocesana, y que hayan dificultado el anuncio del Evangelio, siguiendo los pasos de la celebración realizada por San Juan Pablo II en el Jubileo del año 2000. Y todo ello en el marco del V Centenario del nacimiento de Santa Teresa, a quien se pidió su intercesión ante el Dios misericordioso que ella misma nos mostró en sus escritos.

En una noche fría del invierno abulense, Mons. García Burillo no realizó solo este acto de contricción. Junto a él, más de 200 abulenses llenaron el convento de San José, primera fundación de Santa Teresa y donde comenzó su reforma del Carmelo; simbólicamente se ponía de manifiesto la intención de comenzar también en la diócesis una verdadera reforma espiritual. Allí, tras escuchar las siempre evocadoras voces de las madres carmelitas y sus cantos, se leyó el pasaje de las tentaciones de Cristo, para después dar paso a una procesión penitencial por las calles del centro de la ciudad. Unas candelas encendidas, muchos fieles en actitud orante y el canto de las letanías acompañaron al Obispo (quien portaba entre sus manos los Evangelios) en el recorrido entre San José y la iglesia de San Pedro.
Decenas de fieles acompañan al Obispo por las calles de Ávila

Ya en esta iglesia, Don Jesús relacionó este acto con el Año Teresiano “porque la celebración del V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús es ante todo, gracias a la generosidad del Papa Francisco, un año jubilar: un tiempo de misericordia en el que pedimos perdón, nos sabemos perdonados por Dios y reafirmamos nuestro propósito de perdonar a quienes nos ofenden, como Jesús nos enseña en el Evangelio”. ¿Y por qué quería el Obispo llevar a cabo esta celebración? Porque, según explicó, muchas personas no se acercan a la Iglesia o la rechazan por ciertas malas acciones de sus hijos. “El rechazo a la Buena Noticia de la salvación no se debe tan solo a la libertad de cada ser humano (…) ni al contexto cultural en el que vivimos, que quiere hacernos prescindir de Dios para que nos sometamos a las imposiciones esclavizantes de la sociedad. Hay también quienes no creen en el Evangelio porque se escandalizan a causa de las incoherencias de los hijos de la Iglesia (…) Por eso, en estos tiempos de misión, en que los cristianos somos invitados a presentar con renovada audacia la alegría de la fe a quienes no la conocen, confesamos nuestros pecados y pedimos humildemente perdón”.

No se trataba de un perdón genérico, sino que se reconocían faltas muy concretas, enumeradas una a una por Mons. García Burillo en su homilía. Decía Don Jesús que en nuestra diócesis no se han dado los graves escándalos que conocemos en otros lugares: “Quiera el Señor seguir preservándonos de ellos”, decía el Sr. Obispo. Pero sí otro tipo de pecados que, aún pudiendo pasar desapercibidos, hacen daño a la Iglesia. Por ello, el Obispo de Ávila pidió perdón por lo siguiente:

  • Por haber faltado al amor, entregándonos a disputas vacías. “No siempre hemos acogido con obediencia, disponibilidad y afecto el Magisterio del Papa o de los Obispos. Nos hemos dado a la murmuración y a la crítica. Hemos preferido construir un cristianismo “a nuestra medida”, recelando de cualquier modelo de vida cristiana, excepto del nuestro propio”.
  • Por faltarnos ardor para proponer sin complejos el Evangelio a los más alejados. “Frecuentemente nos domina el desánimo, el pesimismo o la desesperanza. Llegamos a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor (cf. Eclo 7,10). Nos refugiamos en el inmovilismo con la excusa de que “siempre se ha hecho así”, cuando nos da miedo aceptar los nuevos caminos del Espíritu”
  • Por no hacer que Cristo sea el centro de nuestra vida, quedándonos en aspectos secundarios de su Persona, y rebajándolo a simple maestro o profeta.
  • Por resistirnos a ser «una Iglesia pobre y para los pobres», sin desprendemos de nuestras seguridades materiales. “No acertamos a mostrar el rostro misericordioso del Padre ante quienes viven situaciones moralmente complejas. Tendemos al populismo, a caer bien a los demás, olvidando la bienaventuranza de los perseguidos y calumniados”.
  • También perdón por actitudes del clero y de los consagrados, de quienes dijo el Obispo que, en ocasiones, están “demasiado pendientes del dinero, somos ambiciosos, sin que nuestro corazón pertenezca por entero al Señor y por eso buscamos el consuelo de las personas. No sentimos como propios los sufrimientos de los hermanos que son asesinados y marginados en otros países por su fe. Descuidamos el espíritu crítico, y nos amoldamos con facilidad al hedonismo de este mundo que pasa. No valoramos suficientemente la vocación sacerdotal y religiosa, y nos da miedo proponerla a nuestros jóvenes. Celebramos los Sacramentos de forma rutinaria. No acertamos con la preparación necesaria para acceder al sacramento de la Confirmación o del Matrimonio. Hemos dejado que el relativismo también nos afecte a quienes creemos en la Verdad, que es Cristo. La oración personal, prolongada y silenciosa, es descuidada”.

Por todo ello,pidió públicamente perdón a Dios, de quien nunca dudamos de su misericordia infinita para con nosotros, como nos enseñó Santa Teresa: «Mas mirad, Señor, que ya sois Dios de misericordia; habedla de esta pecadorcilla, gusanillo que así se os atreve. Mirad, Dios mío, mis deseos y las lágrimas con que esto os suplico y olvidad mis obras» (CV 3,9).

Tras un emocionado recuerdo y cercanía en el dolor por los cristianos de Irak y Siria que están siendo cruelmente asesinados por su fe a manos de gentes sin escrúpulos, ante la Cruz se encendieron ocho velas, una por cada pecado del que nos mostramos arrepentidos. Y se suplicó al Señor para que nos concediera la gracia del perdón, comprometidos así a seguir un camino de verdadera conversión. Dicho esto, el Obispo se postró ante la Cruz, mientras los demás fieles hacían lo propio de rodillas, manteniendo un momento de sepulcral silencio y oración.

Un acto penitencial cargado, pues, de momentos llenos de emoción y verdadero encuentro con el Señor, abandonándonos con confianza en sus bondadosas manos, y siguiendo ese compromiso y ardor evangélico que nos mostró Teresa de Jesús en su afán por salir a comunicar la Buena Noticia, no sólo con sus actos, sino también con su testimonio personal.

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