domingo, 15 de enero de 2017

"Atención a los niños migrantes"

Al comienzo del nuevo año, celebramos la Jornada Mundial del emigrante y del refugiado con el lema “Menores migrantes vulnerables y sin voz. Reto y esperanza”. Nos recuerda la dura realidad que viven tantos hermanos nuestros, especialmente los más vulnerables entre ellos, los niños. En su mensaje el papa Francisco nos invita a fijar nuestra mirada en los niños migrantes porque «son quienes más sufren las graves consecuencias de la emigración, casi siempre causada por la violencia, la miseria y las condiciones ambientales, factores a los que hay que añadir la globalización en sus aspectos negativos».

El Papa nos recuerda las palabras del Señor: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado» (Mc 9,37). Son palabras que apasionan y, a la vez, comprometen; palabras que trazan un camino que conduce a Dios, partiendo de los más pequeños y pasando por el Salvador. Y, para que este itinerario se concrete, se precisa nuestra acogida. Al hacerse Dios un niño entre nosotros, nuestra apertura a la fe requiere la cercanía afectuosa hacia los más pequeños y débiles. La fe, la esperanza y la caridad están involucradas en las obras de misericordia que hemos acentuado en el Año jubilar.

Hoy, lo sabemos bien, la emigración no es un fenómeno limitado a algunas zonas del planeta, sino que afecta a todos los continentes y adquiere cada vez más la dimensión dramática de una cuestión mundial. No se trata sólo de personas en busca de un trabajo digno o de condiciones de vida mejor, sino también de hombres y mujeres, ancianos y niños que se ven obligados a abandonar sus casas con la esperanza de salvar su vida y encontrar en otros lugares paz y seguridad. La carrera desenfrenada de algunas personas hacia un enriquecimiento rápido y fácil lleva consigo el aumento de plagas monstruosas como el tráfico de niños, la explotación y el abuso de menores y, en general, la privación de los derechos propios de la niñez, sancionados por la Convención Internacional sobre los Derechos de la Infancia.

¿Cómo responder a esta realidad? En primer lugar, siendo conscientes de que la emigración no está separada de la historia de la salvación, es más, forma parte de ella. Este fenómeno es un signo de los tiempos, que se ha repetido frecuentemente en la historia y en la comunidad humana, y en el que es posible descubrir la acción providencial de Dios con vistas a la comunión universal.
En segundo lugar está nuestro compromiso que nos centra en la protección, la integración y en soluciones estables, ya que «estos chicos y chicas terminan con frecuencia en la calle, abandonados a sí mismos y víctimas de explotadores sin escrúpulos que, más de una vez, los transforman en objeto de violencia física, moral y sexual» (Benedicto XVI, 2008). La línea divisoria entre la emigración y el tráfico de personas puede ser en ocasiones muy sutil, asegura el Papa.

Queridos diocesanos, sintamos en esta Jornada una llamada a estar atentos a este fenómeno, que forma parte de las nuevas esclavitudes; ofrezcamos los recursos humanos  y materiales que respondan  a este  desafío, especialmente doloroso,  por  afectar a los más desvalidos y necesitados de protección  y ayuda. Tarea que encomendamos a la Bienaventurada Virgen María, que emigró a Egipto con su esposo san José, para salvar al Niño Dios de la persecución de Herodes.

Con mi bendición y afecto,

+ Jesús, Obispo de Ávila

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